¿Recuerdas cuando usabas las tarjetas impresas para dárselas a un cliente? Ese pedazo de cartón, inmóvil, seco, sin chiste.
Y no hablar de cuando la impresión no salía con el color que querías o con faltas de ortografía y recibir 1000 tarjetas de esas, porque no puedes comprar menos, sabiendo que no las ocuparías todas o que seguramente te hubiera gustado que se vieran mejor. Pero ya tienes 1000 que tienes que gastarte antes de imprimir las otras 1000, porque claro, no eres una persona que desperdicie.